Mi primera vida ¿fue en la época de Abraham o después? (narración)


 
 
 
 
 
 
P.S.

Hoy estamos en Junio de 2007. Después de releer esta narración, quise terminarla con un comentario que escribí así:
 
 
La otra vez
fui yo y no tú…
el que se fue.

Ahora fuiste tú…
y yo quedé
sólo y herido…
como tú
la primera vez.

Así no debió haber sido,
porque siempre te he querido.

Porque hoy al irte
dejaste mi corazón vacío.

Porque al irte…
te fuiste
con todo lo mío.

Sin dejarme de querer,
te fuiste lejos…
muy lejos…
tan lejos
que no puedes volver…
tan lejos
que no te puedo traer….

Pero ya hemos sido,
amado y vivido…
¿Por qué no puede volver…
a ser?
 
Ultimo P.S. que se extiende desde el 02/11/2007, hasta hoy y lo que aún me resta por vivir.

El 2 de noviembre de 2007, fue mi último shabat de duelo religioso. Ese día conocí a una niña mucho menor que yo y que sigue y seguirá siendo mi enamorada. Esta niña que se llama Ruth, la describió Nina al contarme de ella, como esa hija adoptiva que se enamoró de mi, siglos atrás. Curiosamente esa niña cundo yo vivía en la calle Portugal ella vivía en Sierra Bella a unas cuatro cuadras de mi casa. De Portugal me fui a vivir a Troncos Viejos y ella se fue a Vivir a Teresa de los Andes como a dos cuadras de mi casa. En Troncos Viejos ella, amiga de mi hijo, estuvo en mi casa y yo no la conocí. De Troncos Viejos me fui a Pocuro y ella vivía en Holanda a media cuadra de nuestra última casa, de Esther y mía. En Pocuro falleció Esther. 11 meses hebreos exactos después, al término de mi duelo y mientras yo vivía en Pocuro, conocí a Ruth. Hay muchas coincidencias más, pero esas son hoy nuestro secreto de amor.
 
HUMBERTO SILVA MORELLI.

Querida Virginia…

gran parte de lo que más adelante narro, lo oíste tú y una docena de personas más. Digo gran parte, porque hay afinamientos e información adicional que en dos ocasiones más, pedí a Nina, para organizar este relato, que puede ser cierto, o sólo un sueño, aunque contenga muchas verdades en su interior. Y lo que no me ha dicho Nina, curiosamente lo he visto y sentido yo. Este relato también me ha hecho ver y hurgar dentro de mi pasado, que si fuera cierto, se justificaría la belleza que encuentro en los cerros donde estuvo el castillo (llamémoslo así) de Masada, que ha sido casi una obsesión mía durante años. Los cerros de Masada, son parte de la ultima cadena montañosa de la antigua Judea que está antes de llegar al mar. También ha sido una obsesión mi inconsciente rechazo para visitar esos lugares. Quizás por allí, formando parte de esa lejana tierra y en una oculta cueva de la ladera de un cerro, aún estén enterrados los cuerpos de ese Sheik y de esa Reina, que vio Nina cuando me conoció. Allí y con ellos, debiera estar también, el yatagán de acero con oro y piedras de Egipto que él usó. Quizás me resisto a ir, porque sería muy duro para mi alma, recordar por segunda vez un amor que primero dejé y que después no pude retener.

Virginia, me agradaría conocer tu opinión. Si Nina quisiere corregir algo de este bello relato, incluyendo estas consideraciones y tu opinión, sólo tiene que pedirlo.

Te quiere, Humberto.



Así sintió Nina cuando me vio, sin saber quién era yo.

¿Cómo supe de ella?
 
Cuando llegué a Montevideo para participar como poeta chileno en el "8º Encuentro Internacional Literario aBrace", me recibió Virginia Binz, poeta recién laureada en Uruguay. Una inteligente, alta y hermosa rubia de sangre alemana y alma sudamericana. Ella fue mi anfitriona, mi guía y mi amiga, durante todo ese encuentro y deseo que esta amistad, se mantenga durante muchos años más. Llegué a Uruguay un viernes en la tarde, me alojé en un muy modesto, pero hermoso hotel y salí para acompañar a mi anfitriona en sus diligencias administrativas, pues ella era la encargada de ese ingrata parte del Encuentro. Caminamos y tramitamos hasta que cayó la noche en Montevideo. Charlamos de este mi mundo y del otro y así nos conocimos. Curiosamente ella se sintió como mi hija y yo me sentí su lejano papá. La convidé a cenar y seguimos charlando. En el intertanto habían llegado a Montevideo, otros escritores o poetas que Virgina había mandado a buscar al aeropuerto y a dejar en los hoteles que ellos previamente habían escogido. Terminada la cena, como a la media noche, nos juntamos en un café con Nina y Roberto, jóvenes patriarcas de aBrace, que venían acompañados, cómo de diez poetas. Cuando Nina me vio, le preguntó a Roberto, quién era yo. Roberto se lo dijo y Nina pidió silencio porque ella al verme había tenido una visión…

Al verme ella supo que muchos cientos de años atrás, o quizás miles, yo había sido el Sheik de una tribu nómada del desierto. De una tribu con muchas familias. Éramos un pueblo que recorría el desierto para vivir. Toda la tierra que se divisaba, era nuestra tierra y la defendíamos. A veces se acercaba otra tribu y negociábamos la cercanía. Si los extraños eran más débiles, o los exterminábamos o los asimilábamos. Mi jefatura yo no la negociaba. Siempre era mi vida o la del invasor. Y yo sigo con vida. Usualmente vivíamos en las laderas de las montañas y cerca del agua. Mi caballo blanco era codiciado por otros jefes, pero tampoco se negociaba. Ese principio nos dio otros hermosos caballos que regalé a mis mejores guerreros. Eran propiedad de Sheiks que no los defendieron o que murieron. Para mi, Nieve (Sheleck) no era un caballo, era un águila que surcaba los aires sobre las dunas. Recuerdo que hace tres años, Nieve me costó dos finos yataganes de guerra, de acero y oro, engarzados con piedras de Egipto, como el que hoy llevo al cinto. Pero mi caballo valía su precio cuando se trataba de negociar nuestros sayos de fina lana, casi tan livianos como los de seda que venía de los imperios orientales. Los hombres pegados en la tierra, sabían que nuestro poder, que nuestros fieros guerreros, montados en rápidos alazanes, eran peligrosos. Sabían que podíamos cobrar las deudas de cualquier manera. Mientras nuestros guerreros y nuestros ancianos sostenían la vida de toda nuestra gente, nuestras mujeres no sólo nos sabían cuidar, sino que hilaban, tejían o usaban los telares que hemos copiado de esa lejana gente que vivía donde nace Ra, en tiendas que no se movían. En tiendas de barro y piedra que los encerraba en sus tierras, perdiendo la libertad que nosotros teníamos. Parecidos eran a los que vivían en aldeas, a pocos días de trote de nuestras tiendas. Esas aldeas estaban defendidas con palizadas, hechas con estacas de madera terminadas en puntas endurecidas al fuego. Eran muros muy difíciles de asaltar.

Hace un año, conquistamos una tribu con muchas tiendas. Su Sheik, que luchando murió a mis manos con honor, tenía una hermosa hija a su cuidado, que al morir él y no haberse desposado ella, debía ser la Reina de los suyos. Esta hija de Sheik era conocida en su tribu y en muchas más por ser la única partera en la región, que nunca perdió parto alguno, pues parto en el que intervenía, la madre y el niño que hacía nacer, siempre vivían. Era una mujer hermosa, esbelta, muy alta, de nariz aguileña y de profundos ojos verdes, que yo no la podía desposar para mi harem, por ser la hija de un igual. Ella sólo podía ser la Primera Esposa de un Sheik y yo ya tenía una Primera Esposa. Ella sabía mucho de muchas cosas y en las noches del desierto, bajo las estrellas y en la puerta de su lujosa tienda, me embelesaba con sus cuentos. Cuando ella tocaba su fina arpa de oro y mosaico, regalada por algún Rey de Ur, y cantaba también acompañada con tamborín y vihuela, su voz de tonos bajos, melodiosos y suaves, la belleza de su cantar, hasta detenía fascinados a los dioses del desierto, o los hacía danzar, al son de sus melodías. En estas conversaciones que manteníamos solos, o ante toda nuestra gente, que al oírla se extasiaba, supe que ella y su tribu, tenían un solo D’s, y que ese D’s nos amaba. Que todos en su tribu eran vasallos de ese D’s y que iban en camino hacia ese desconocido mar que estaba más allá de nuestras montañas, porque allí vivía la gente de ese D’s y que era defendida por un Rey muy amado y querido por su pueblo y temido por sus enemigos. Ese Rey o el padre de ese Rey,, hacía años había salido de Ur con su tribu, para gobernar una tierra al lado de ese mítico mar que dividía a la tierra en dos, cuyas aguas decían verse más allá de mis montañas.. En esas conversaciones supe su dolor cuando en lucha justa, maté a su padre. Supe su dolor cuando sacrificamos a una niña para agradecer a nuestros dioses, nuestro triunfo sobre unos bárbaros guerreros. Supe que su alma me rechazaba y también me quería mientras yo me enamoraba de ella. Supe que un día dentro de todos los días yo la volvería a amar, pero de otra manera. Y así lentamente y sin saberlo, fui cambiando. Ella no sólo sabía de partos, también sabía de gobernar. Y yo no la podía hacer mi mujer, por ser la hija de Sheik, que le correspondía reinar. finalmente y después de unos tres años resolví el problema y dentro de nuestra tradición, la hice Sacerdotisa de mi pueblo. Eso sucedió mientras emprendíamos camino al mar donde vivía nuestro nuevo D’s, para unirnos a Él. No sabíamos que Él ya guiaba nuestro andar.

Nina descansó de su relato y casi inmediatamente prosiguió: En esta parte de la historia, veo algo que se unirá con tu historia y la de tu sacerdotisa. Es un suceso. que aparece aquí y se unirá para siempre con tu destino y el de tu sacerdotisa. En otro conflicto con otra tribu que asimilamos como siempre lo habíamos hecho, quedó huérfana una niñita, que adopté como hija y que cuando de niña pasó a mujer, curiosamente la sentí como mi enamorada. Esto lo deseché porque yo ya tenía mi amor y porque la chica era mucho menor que yo. Esta era una chica de muy hermoso cuerpo, rubia y más bajita que mi sacerdotisa. Ellas dos estuvieron junto a mi, hasta el fin de mis días.

Retomando el contar de Nina, un buen día, cuando reconocíamos terreno para que nuestra tribu avanzara hacia su destino, unos bandidos nos emboscaron y me atravesaron el vientre de un lanzazo. Herido, trotando me llevó Nieve a morir en los brazos de mi amada. En los brazos de la amada que como amada nunca conocí. Antes de morir le dije: "Tu D’s que ahora es mi D’s, borrará el mal que hice, porque yo no sabía lo que hacía. Porque yo sólo defendía a mi pueblo. Voy a morir y tú serás la Reina de todo ese pueblo mío. Tú… Reina de mi alma y de mi estómago… con mis guerreros que te obedecerán, llevarás a nuestro pueblo, tu antiguo pueblo y el mío, hacia el mar donde están los tuyos, y durante el resto de tu vida, siempre me recordarás. Siempre me amarás. Después irás a nuestro cielo y no me conocerás aunque yo si te veré, y cuando vuelvas a reencarnar en la tierra, yo te seguiré. Te encontraré y nos amaremos. Después tu alma me esperará nuevamente en el Cielo, me tenderá su mano al llegar y seguiremos siendo Uno para presentarnos ante ÉL, en una nueva armonía universal. Uniremos nuestras almas como hasta hoy lo hicimos. Ahora muero para volver a vivir, con nuestras manos entrelazadas, con mi cabeza apoyada en tu vientre y nuestras almas fundidas en un solo amor… ahora somos Uno, pero nos queda un largo camino por recorrer."

Fui enterrado en una casi inaccesible cueva de mis montañas. Siento que fue en las montañas de Judea. Allí fui enterrado, cubierto entero con mi talit blanco con hilos de plata (*). Con mi talit de Sheik y uno de mis hermosos y antiguos cuchillos de guerra, hecho en el gran Egipto con oro, gemas y el mejor acero. Fui enterrado con los honores de ese pueblo que me quería.

Y así prosiguió Nina, la amiga que recién conocía:
    • El Sheik del que yo hablaba eras tú. La Reina, partera y Sacerdotisa era Esther. Dime Humberto: ¿Era Esther ligeramente mayor que tú?
    • Si. Era como un año mayor.
    • Dime Humberto, cuando la viste por primera vez, ¿supiste que ella era la elegida?
    • Si. No sólo lo supe. También se lo dije a mis amigos, uno de ellos se llamaba Aarón y otro se llamaba Juan. Pero hubo algo más… Cuando conocí a Esther, yo estaba cortejando a una niña de alma bella. En esos días se iban a juntar nuestros padres para pedirla en matrimonio. Aunque causé un gran dolor, ese cortejo terminó, y sólo porque supe que Esther era ese antiguo amor que me esperaba, aunque ella aún no lo supiera.
    • Ahora se que has completado tu último círculo Humberto. Ahora se que ella te espera en el más allá y te cuidará mientras vivas acá. También se que brillarás, se que tu círculo aún no se ha cerrado, pero no se más.
 
Eso me dijo Nina. Cosas ciertas que ella no podía saber, como el porte de Esther, su nariz, sus ojos y detalles como su amor por la música y su hermosa voz… porque no nos conocía. Porque un continente nos separaba. Recogiendo mis antiguas dudas, repregunté:
 
    • Dime Nina, ¿por qué todas las historias de reencarnación que he oído, se refieren a personas con un pasado brillante?
    • Eso no lo se. Pero se que tu poesía es hermosa y lleva dentro tus recuerdos de esa antiquísima época y de otras que has visitado, aunque parece que en ellas no has reencarnado. Por eso ahora sientes en tu alma, épocas en la que has estado, pero que crees no haber conocido. Se que a muy pocas personas yo les he podido ver su pasado lejano. Pero cuando he visto el pasado cercano, siempre me han dicho que he visto la verdad. Ahora dime Humberto ¿cómo se puede probar una visión, un sueño que nació en mi, antes de saber quién eras tú? Tú Humberto sólo recuerda que ella te espera como tu has dicho que la vas a esperar. Recuerda que Esther esperará hasta que tú llegues y sean Uno, porque ella te sigue amando, tanto como ahora la amas tú.
 


 
(*) Nota de interés:

Dos meses antes de morir, en octubre del 2006, Esther me pidió que comprara como su regalo para mi 79º cumpleaños (un mes más tarde), un talit blanco con hilos de plata, como el que yo antiguamente usaba, para las ceremonias en las que como Sheik, yo debía participar y que junto a éste, comprara otro talit blanco con franjas azules, como el talit que dicen usaba el Rey David ( ¿Es que ella lo conoció? ). Ese fue su último regalo, para mi cumpleaños, un mes exacto antes de morir. Según la tradición hebrea, este talit blanco de ceremonias, que reemplazará al talit que los padres regalan a sus hijos para el Bar Mitzva, lo regala ahora la novia al novio, para que lo use mientras él viva y después para que cubra su cuerpo con el. Ese fue el ultimo regalo que me hizo Esther, un mes antes de partir bendecida, hacia los jardines de D’s. Con ese nuevo talit blanco hilado con plata llegaré donde ella me está esperando, porque se que allí ella está. Hoy la he sentido fundiendo su corazón en mi. Lo curioso es que la primera parte de la historia percibida de mis talits, la supe en la segunda semana de enero de 2007. Y después, a mediados de marzo del 2007, supe que ellos sólo eran la continuidad de un amor, que superando tiempo y espacio sólo llegó cuando el destino me trajo a una época donde se pudieron juntar nuestras almas en un solo ser.
 


(Lo narrado sucedió en la madrugada del sábado 17 de marzo de 2007, en un hermoso y bohemio café de Uruguay en Montevideo)